En el sendero de la fe, los pasos resuenan,
con la guía divina que los fieles ensueñan.
Promesas de un Reino, en las Escrituras se tejen,
y en el corazón de los creyentes se reflejan.
Como estrellas en la noche, las palabras brillan,
de Jesús, el pastor, cuya voz nunca declina.
En el vasto cosmos de la espiritualidad,
sus discípulos avanzan con fervor y voluntad.
Con herramientas celestiales, se forja el mensaje,
que recorre la Tierra, sin temor al oleaje.
Es un llamado a enseñar, a predicar con coraje,
manteniendo la esperanza, más allá del paisaje.
Vigilantes, los fieles, en su atalaya esperan,
a que el fin de este sistema, como brisa, se acerque.
Con diligencia, el consejo de Hebreos contemplan,
aferrándose a la esperanza que sus almas alberga.
Las profecías antiguas, como ríos, fluyen,
prometiendo un mañana donde la justicia incluyen.
Aunque el fin parezca distante, en el horizonte huyen,
la certeza de su llegada, los corazones construyen.
El día prometido por Jehová no se retrasa,
como el amanecer que a la noche desplaza.
Con paciencia, los fieles en su promesa se abrazan,
esperando al Dios de salvación que nunca los rechaza.
En la quietud de la espera, la fe se fortalece,
como el árbol que en la tormenta no perece.
Miqueas inspira, a estar siempre en pie se ofrece,
vigilando, esperando, hasta que el mal desfallece.
Así, en poesía, el camino se narra,
de aquellos que en su fe, nunca se desarraigan.
Es un viaje de esperanza, donde la paciencia abraza,
y en el amor divino, toda duda se desgarra.