Arrojé cada una de las banderas del mundo por hacerte sentir de todas partes. Universal te vestí porque quería vivirte entera, sin taparte. Aquí y allí, en cualquier puerto y embarque.
Así lo trajo mi corazón, envuelto en miel y sangre. Sin lazos ni tapujos, lanzado en este tu estanque.
Ahora el tiempo te pertenece, pues eres tú la única capaz de estar y ser en cualesquiera dimensiones del pensarte.
En la vid y en la fuente, en la arena y en el risco saliente.