Está por todas partes
y en ninguna a la vez,
rebosante y carente,
rimbombante y altisonante,
constructor y desedificante.
Exótico fenómeno
cuya fórmula, ni siquiera
las leyes algebraicas
pueden explicar y descifrar.
Se origina desde el seno más sutil
hasta las entrañas más ignominiosas,
y se gesta entre ternuras y hostilidades,
encausándose como cascadas de diferentes fuentes,
cuyo transcurso puede desembocar
en manantiales serenos
o cataratas abismales.
EL curso de la vida,
la línea de tiempo,
no tiene continuidad,
si el amor no es la constante
en la unidad de medición,
pues es esta la inspiración,
que al alma nutre de pasión.
El amor,
que entre los diversos espíritus
confunso yace, al disfrazarce
con distintos y seductores trajes,
como la lujuria,
la celopatía, la adulación,
encarcelando así a quienes creen que esas formas
son amar.
Comprender
es únicamente conocer y reconocer,
que se suele escapar del amor,
me desnuda ante estas palabras
el egoísmo,
ese que me ha hecho naufragar
en la isla del ensimismamiento.
El amor no es romantizado,
y aunque suene adoctrinado,
es este martirizado,
desde la aceptación o la negación,
el corazón reconoce su misión.
Lejano de amar
y de sentirme amado,
abrazo el des-abrazo,
ese que me abraza de lo imbrazable,
de soledades, de angustias, de
sensaciones monásticas que encraustran,
pero que fortalecen las llanuras del alma,
esas cuyos abismos, alcanzan tener luz
únicamente para el que la posee.
El amor fue,
es y será,
aun en el desenamoramiento de la vida,
la garantía y la fuerza
hasta el último momento.