Han llegado de nuevo,
huelen a espuma, salitre
a llanto y tristeza;
han vuelto, la mirada vacía
alimentando el miedo.
Medio muertos de sed de hambre,
de comprensión, una mirada;
son aves lastimadas
después de un largo vuelo
el alma desolada.
Alas rotas y cargadas de duelo
decapitando nostalgia, incinerando sueños
volteando los bolsillos;
lloran la pérdida suprema, la promesa baldía.
Abren su cofre de tesoros,
bajo la luna que indiferente mira
para encontrarse con la nada;
porque su cofre era solo esperanza,
ideal y pura fantasía.
Elevando plegarias santificando fechorías,
involucrados por una y mil patrañas;
hipnotizados con la magia de ese tiempo mejor
quien puede asegurar, quien lo diría.
Justificando su parálisis, su estática agonía,
su muerte en vida; momificados por el pánico,
por la necesidad, tras las sombras,
bajo la cruda realidad, la indiferente ley del todavía.