Cuando el alma sucumbe en su lamento,
se apaga el sol que al día da calor,
y el futuro, envuelto en negro viento,
se disuelve en la sombra del dolor.
La esperanza, que un día fue el consuelo,
se quiebra en mil fragmentos de cristal,
y el presente, sin brillo ni desvelo,
es un eco marchito y tan fatal.
El latir se hace lento, casi ausente,
ya no corre la vida por la piel,
y el tiempo, en su pasar indiferente,
es sólo un susurro cruel y fiel.
Ya no queda ni un sueño en la mirada,
ni el ansia por vivir vuelve a crecer,
pues si el alma se ahoga en su morada,
también muere el deseo de creer.
Así, en este abismo que me envuelve,
sin futuro ni ganas de sentir,
mi espíritu se rompe y se disuelve,
y el presente, sin alma, deja de existir.