Este invierno me tomo un buen café
con una montonera de urgencias y recados
que salpican desde los rincones de mi
biblioteca.
Afuera el viento se desprende el habitual
vestido y -medio en serio y medio en broma-
comienza a canturrear leyendas de
amores rurales, de escuelitas cerradas
y colores en Montegrande...
Se detiene el reloj. Cesan las maquinarias
humanas su trajinar de diplomacia y la
mujer errante, dirigente, avezada en los
encuadres de formación, puede talar
-sosegadamente- los versos de cualquier
ciudad.