Agitadas por el viento, como la suave lluvia, caen las hojas muertas de las ramas de los arboles; es tiempo de otoño. El jardinero del parque, con su rastrillo, las va recogiendo y hace montones para luego quemarlas; ellas van quemándose muy lentamente generando un humo blanco y denso, que sube flotando hacia el cielo difuminándose lentamente en las alturas. Tal vez en ese humo contenga los espíritus de las hojas muertas y en la próxima primavera desciendan alumbrando nuevos brotes, que harán retoñar para vestir los desnudos árboles del parque.