Miguel Ángel Miguélez

Sueños de otoño (reeditado)

 

 

 

 

 

 

 

 

La tímida caricia del tiempo, que se va

apenas sin rozarlo, ya lejos de mi puerta,

me trae la fragancia cercana de los bosques

y el húmedo recuerdo de aquella infancia eterna.

 

 

 

Camino entre los árboles y el viento me acompaña.

Y dice su susurro que, sobre mi corteza,

los años han pasado por luces y penumbras,

acaso como sueños de otoño en primavera.

 

 

 

A cada paso el cielo, con sus miradas grises,

descubre que la lluvia, que pare la belleza,

es más que aquel bullicio de chopos y molinos

que baña la llanura, tras de las hojas secas.

 

 

 

Crujientes, seductoras, llenando los vacíos

con esa luz difusa y aleve de la niebla.

Perdido en la memoria, el prado se adormece

debajo de la escarcha que besa la ribera,

 

 

 

camino de las horas donde dejé marchitos

el verde tintineo de abril, y esa acuarela

de nítidos matices, intensos como el barro,

que nace de las aguas, donde la paz espera

 

 

 

gritándole al silencio que ya no queda nada

para desvanecerse al tacto de la hierba.

Quizás otra mañana despierte con el firme

aliento de encontrarme, y darme a la demencia

 

 

 

total de regresarme de nuevo a lo perdido,

pero esta lo que toca es ver si, por mi huerta,

rebrotan ya las cosas, dejadas al olvido

del frío del invierno, o siguen bajo tierra

 

 

 

sin ánimo ni vida, como mi corazón

que sigue hacia adelante, pues es lo que nos queda.