Desde mi balcón veo caminar a la desidia
con paso lento,
como si no deseara llegar a su destino.
Lleva las manos pintadas de azul
y en la boca una mordaza que le impide gritar
su desespero.
Camina junto a un animal invisible
inventado por la locura de la incomprensión.
De vez en cuando se detiene, para acariciar el aire
y las gotas de lluvia que caen sobre su rostro
envejecido y maltrecho por el paso de los días.
En los cristales de las ventanas cerradas
se refleja el otoño de sus cabellos
que se vuelve invierno por las briznas de blancura
que a cada paso se agigantan sin control.
¿Qué encontrará al final del camino?
¿Volverá a ver las rosas de la primavera?
¿O por el contrario, sólo verá la frígida maleza trepando
por la cal de su última morada?
17 de abril de 2020