Caminando entre árboles,
el aire fresco se adhiere a mi piel,
como un abrazo antiguo que aún recuerdo.
La infancia, un mundo verde
donde la liberdad era un sendero sin fin.
sin límites ni miedos.
Hoy, el tiempo se tiñe de gris,
como un lienzo desgastado,
y la naturaleza languidece,
como un suspiro en el viento.
Los árboles, testigos mudos de nuestra historia,
se inclinan bajo el peso de los años y las heridas.
Pero, aun así, en algún momento,
los dueños originales,
esos espíritus ancestrales que habitan en las raíces,
reclamarán su legado,
como un derecho inalienable,
y la tierra recordará quiénes somos, de dónde venimos.
Somos más que hormigas ante su majestuosidad,
somos parte de este ciclo,
como hojas que caen y renacen.
Nuestros pasos, como huellas en la tierra,
dejan marcas en la memoria del bosque.
Así que caminemos,
como exploradores de lo eterno,
entre árboles y recuerdos,
con gratitud y asombro.
Porque, aunque el tiempo marchite las hojas,
la esencia de lo vivido permanece, indeleble.