Necesitaba de manera urgente la ayuda de un psicólogo, pero pregunté a varios especialistas por sus honorarios y el presupuesto apenas me alcanzaba para un par de sesiones en el diván. Ante el descuadre de quedarme a medias con la terapia, me agarré a un clavo ardiendo y recurrí a la I. A., más concretamente a mi asistente de google...
Yo: Hola, asistente. ¿Podrías contarme un chiste, que estoy algo desanimado?
Asistente: Eso está hecho. Allá voy. ¿Sabes cuál es el árbol que da la sombra más triste?
Yo: La sombra ya de por sí es triste, pero no tengo ni idea. A ver, sorpréndeme.
Asistente: Pues cual va a ser, el sauce llorón (risas).
Yo: (silencio).
Asistente: Veo que no te ha hecho mucha gracia. Si quieres te cuento otro...
Yo: Mejor déjalo que vas a terminar apañándome del todo.
Asistente: Me podrías decir cuáles son las causas de tu desánimo y tal vez pueda darte algún consejo.
Yo: En realidad no lo sé con certeza. Si no fuera porque mi amada me ha fallado, mi mejor amigo me ha fallado, mi coche me ha fallado y hasta las piernas comienzan a fallarme, diría que es cosa de la llegada del otoño. Todos los años por estas fechas, entre San Mateo y San Jerónimo, atravieso por un proceso de penitencia anímica.
Asistente: Es normal que te encuentres en un punto intermedio entre la tristeza y la desidia. El otoño es la estación melancólica por excelencia.
Yo: Verás, asistente, y permíteme que te tutee. En el fondo no me desagrada el otoño. El clima es agradable e invita al recogimiento espiritual. Por un lado me encanta acercarme al mar y ver como las olas descargan en la orilla la resaca del verano, o pasear por el monte para ver en la tierra como los champiñones empujan hacia arriba el manto de hojarasca con sus sombreros. Presenciar como los naranjos van naranjeando y los álamos se bañan en oro son experiencias mágicas, pero hay algo en sus días menguantes que no termina de convencerme. Es como si me disipara entre los recuerdos y los anhelos, manteniéndome en un estado de semiletargo emocional. Lo veo demasiado poético durante el día y poco prosaico al caer la noche. Más o menos como alojarse en un hotel del casco antiguo de Paris y que la niebla no te deje ver por la ventana la torre Eiffel.
Asistente: Pasear con un sombrero por París a través de la niebla que se disipa entre los álamos tiene su encanto.
Yo: creo que no me entiendes, asistente...
Asistente: Te entiendo perfectamente, pero no te comprendo porque a la inteligencia artificial no la han programado para meterse en la piel de otro, por lo tanto, aún no controlo la empatía, pero con el tiempo todo se andará.
Yo: (Levsntándome del diván). Bueno, asistente, creo que aquí termina nuestra primera sesión, espero que la próxima sea más fructífera.