Abandonada por los llamados dioses
erró por la orilla de la esquizofrenia
con sus labios pintados de rojo fuego.
Entró en la casa abandonada
de bullicio de otros tiempos.
Se desmaquilló el rostro
surcado de lágrimas añejas,
y huellas imborrables de vino y aguardiente.
Un desvencijado espejo le devolvió la imagen de una efigie
derrotada en una melancólica noche
de ausencias y fracasos.
Un áspero pijama, le resbaló por su escuálido cuerpo
arañando su frágil piel de seda antigua.
Y gimió envuelta en el recuerdo de sus veinte años.