Me gustaban tus ojos, no lo puedo negar,
eran trampas brillantes, sabían engañar,
me gustaba perderme en su luz tan certera,
como quien se extravía en la noche más fiera.
Y tus labios, ¡qué dulces!, tan llenos de veneno,
me gustaba besarlos y olvidar lo terreno,
me atrapaba el deseo que en ellos se alzaba,
como quien se consume, y ni cuenta se daba.
¡Ah, tus ojos y labios, qué juego tan vil!
Me seducían ambos con su falso perfil,
creía que en su brillo hallaría verdad,
pero eran espejos de mi propia ansiedad.
Me gustaba tu seducción, debo ser sincero,
era fácil caer en tu juego ligero,
tan dulce, tan falsa, tan llena de nada,
que al final me rendía, con la mente atrapada.
Pero hoy ya lo sé, y me duele admitir,
que tus ojos y labios solo me hicieron sufrir,
eran seducción hueca, un reflejo engañoso,
me gustaban, sí, pero... también era odioso.