Tuve suerte,
de que mi grito desesperado no
tuviera la fuerza para aquel eco, y
retumbara tan grave llamando asi a
la muerte.
Menos mal,
Que no halle la navaja, cuando ofrecia
mi muñeca con las palmas arriba, ni
encontrará un banco para elevarme
hasta la viga, dónde colgaba una
cuerda que emulaba el caldalso.
Menos mal, que la entrada al cuarto
sin regreso, me estuviera cerrado por
ser yo terriblemente pequeño y la
cerradura ser demasiado alta.
Si yo hubiera muerto en esos
momentos, ahora no estuviera aquí
oyendo tu voz al llamarme, mientras
escribo este poema, producto de un
amor que por ti anida,
resultado de una pasión erigida en tu
nombre
-puede que no lo parezca- ¡pero este!
es un poema de vida.