Implacables, las horas se deshilan
en gélidos vaivenes de cristal
transitando el asfalto de mi boca.
Y este humo, que me esfuma hacia la nada,
se detiene al instante sobre ti,
estatua del ayer y de mi amor.
De la niebla que abruma en ti, mi amor,
las luces del recuerdo se deshilan
enhebrando el silencio que de ti
me llega y, gota a gota, del cristal
van fluyendo hacia el mar en el que nada
la ausencia lacerante de tu boca.
Es el cielo como un mármol en la boca,
es luna mortecina del amor
que demuele en el nácar de la nada.
Las lágrimas del tiempo se deshilan,
fina lluvia translúcida al cristal
que un día imaginó volver a ti.
Esa imagen me enciende en sed de ti,
y esa sed, abrasándome la boca
(crisol al rojo vivo en que el cristal
se funde en el infierno del amor),
es viento y sentimiento que deshilan
los días en que fuimos, y hoy son nada.
La noche me aproxima gris la nada,
transido de silencio escucho en ti
las notas discordantes que deshilan
mi nostalgia, que es hiel en piel y boca
que oxida el hierro ardiente de este amor
y quiebra el melancólico cristal.
Hoy te advierto de nuevo en mi cristal
cual luz que surge, aviva el agua y nada.
Candelabro evocado del amor,
ceniza que renace en mí por ti,
incienso derramado de alba en boca.
Recuerdos que, del cielo, se deshilan.
Se deshilan mis días al cristal
cual lluvia hacia tu boca, ya que nada
sin ti tiene sentido... ¡Oh, amor mío!
Miguel Ángel Miguélez
León, España 12/12/2013
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