Nunca olvidaré a mi hermana, la Tierra, que ha sido mi hogar y mi refugio. Su carne y mi sangre son la savia que nutre el árbol del cielo.
Mi consuelo serán las lágrimas del infinito, danzando conmigo en su lluvia.
Aquellos que conozcan mi verdadero nombre serán solo las hojas del mundo, arrastradas por el viento. ¿Y quién necesita la calidez de los abrazos cuando el sol nos cuida e ilumina nuestro camino?
Transformaré el dolor del cuerpo en una viña, y su fruto será recogido en el lagar. Así, para cuando beba del vino, lo acompañaré con un cántico sagrado. Solo así podré esperar el soplo de mi espíritu hacia tu reencuentro.