Madurez: un nuevo amanecer.
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Cuando al fin me encontré con ella, le dije: Cuanto me alegro de poder verte. (En esa dualidad del pensamiento que me permite la alegría de estar presente en el encuentro y a la vez, regocijarme del hecho de poder mirarle de frente)
Seguramente, al oír mis palabras, se sonrío por dentro porque me respondió con sorna: Yo también me alegro de que puedas alegrarte. Lo que ocurra a partir de ahora no lo podremos adivinar, pero se me ocurre de que seremos buenos amigos y eso nos ayudará en el nuevo caminar. ¿No crees?
En tal caso, Mujer de dulce mirada y voz templada, como los buenos amigos que gustan de pasear juntos y saben del placer…
De sentarse en el banco del ayer y platicar.
De andar las orillas del mar de los sueños.
De volar por cielos lejanos, o desconocidos.
De desplegar las velas y volver a navegar.
Para después y en ello…,
Mirar al horizonte sin miedos ni temores.
Decir en voz alta aquello que no olvidamos.
Mirarnos a los ojos sin rencores ni reproches,
y recordar el ayer para al fin aprender de él.
Lo creo, mi dulce chiquilla, creo que seremos inseparables.
Y, aunque los recuerdos se empeñen en acompañarnos, no les haremos de menos, serán como luz que nos alumbre lo venidero. Así que, Madurez de un nuevo amanecer: Mujer de dulce mirada y voz templada, convencido, de que seremos algo más que buenos amigos, vendrás conmigo a dondequiera que yo vaya y, sin miedo al que dirán, ni temor a lo que pensarán, lucirás tan hermosa y reluciente como un sol naciente.
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A parir de aquel instante, con la Madurez incrustada en mi semblante, nos fuimos a navegar por los mares de los sueños. Ella, Mujer de dulce mirar y voz de amanecer, al timón y yo, marinero curtido en cientos de borrascas y de noches calmadas, junto a las velas, pendiente de los suspiros que diera.
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¡Ay, Madurez, florecimiento de un nuevo amanecer!, qué placenteros los encantos de tu abundancia y que bellos atributos te acompañan.