No percibo ni lluvia ni viento,
ni el rugir del trueno cuando llega,
porque el barco que en mi alma navega
ha perdido su rumbo. Y mi aliento,
no domina su timón de brega.
Déjame llorando, madre,
aquí en la orilla del río,
y que mi llanto taladre
el muro de este amor frío,
que el flujo, arrastre mi llanto.
Que el llanto horade montañas
y llegue a tierras extrañas
como el eco de un gran canto,
que junto al agua, sentada,
podré lavar esta pena.
Yo seré, esa magdalena
de una pasión anunciada.
Madre, déjame llorando
aquí, donde nadie vea
este clavel, que sangrando,
cubre mis ojos de brea.