Vestido de tu almizcle
me asisten los otoños,
cada hoja que cae
lleva un suspiro no gastado.
Tengo todo el tiempo
sembrado de enea,
el abono, tus ganas
Y las ganas mías.
No saben los pájaros,
ni sabe la mar bravía,
que lo que canto
de cerezo unta la rama
y de plata la gota fría.
Por saber tu rostro
llevo tu nombre en el pecho,
y de tus labios
toda la humedad de las flores.
Si vivo, viviré en la avenida,
y si muero, por mí vivirá el ciprés
que hace perenne la agonía.