Allá, entre Alfa Virginis, observé,
Era una estrella binaria, misteriosa,
que a unos doscientos años, luminosa,
En esa vasta bóveda, encontré.
El universo mismo, la forjó,
Y en princesa radiante, la volvió,
Bajó de los confines estelares,
para habitar los mundos terrenales.
Y en la mitología descubrí,
que fue enviada a tierras de trigales,
cuando la humanidad, en sus jornales,
sembraba sus raíces, por allí.
El sol, en su fulgor, quedó rendido,
ante la devoción de la princesa,
Ella atrapó su brillo y su belleza,
Un girasol fue su regalo, complacido.
De ella conozco tanto, he descubierto,
lo más bello que guarda en su interior,
Es su amor incondicional, su flor,
el secreto del cielo más perfecto.
Me ha dado su cariño y su calor,
me ha mostrado el amor, sin condiciones,
Y he sentido en su voz las emociones,
más profundas... de paz, de resplandor.
Su voz, la cual resuena como un eco,
es como un claro, en medio de la luna,
Cómo una música suave, que inunda,
Como murmullo de estrellas, siempre tierno.
Al mirarme, su risa es singular,
ninguna otra sonrisa se compara,
Es un lenguaje oculto, que dispara,
misterios que los cielos quieren dar.
Es una clave oculta en la neblina,
un gesto es encriptado en las estrellas,
Se esconde en su mirada, entre centellas,
de Orión hacia las Pléyades, divina.
He estudiado cada gesto con pasión,
cada risa, sus palabras... su mirada,
y su arte, que en mi pecho fue guardada,
floreciendo, cuál poema al corazón
Mas cuando ella hace falta, hay confusión,
Sonidos se apagan, en la distancia,
La música se envuelve, en la fragancia,
de triste Gymnopédie, sin razón.
Si yo fuera un poeta, todo verso,
se lo dedicaría, sin dudar,
Su esencia, siempre logra despertar,
en mí cada poema, siempre inmerso.
Ella es mi musa fiel, la que me inspira,
la tinta de mis letras y mi ser,
Me perdería en ella, en su querer,
Y en cada girasol que el alma mira.