Tengo una herida, maldita
como esas luces de neón que parpadean en la madrugada.
La miro a veces,
como uno mira el fondo de una botella vacía,
como si me estuviera esperando,
agazapada.
Es una marca vieja, de algo que nunca pasó,
un montón de promesas rotas que nadie se molestó en cumplir.
No hay forma de quitarla,
como esas cuentas que sigues debiendo,
como conversaciones vacías en bares donde ya nadie escucha.
Tengo una herida, jodida,
tan grande como el vacío que dejó mi viejo,
ese monumento oxidado que sigue en pie.