Es tu mano paloma mensajera
que acaricia el celaje del ocaso.
Una lluvia de abril, un nuevo paso
que me eleva a una eterna primavera.
Es tu sombra una luz, una silueta,
un divino desliz, un fino trazo
dibujado en el aire y, de un plumazo,
avanza sobre mí suave y discreta.
Es tu cuerpo violín de cuyas cuerdas
fluyen las melodías como río
do bebo hasta vivir en mí la calma.
Éres tú, corazón, que en las izquierdas
dejas sentir aquel escalofrío
ardiente por la piel que cubre el alma.
Miguel Ángel Miguélez
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