Los que sufren de amor
lo reconocen:
Es la flama, el tizón
ardiente, el nombre
que dibuja una mano
que a sí dispone
al galope los astros,
días y noches
entre luces, auroras
y el brusco eclipse,
más allá del crepúsculo
que nos redime
de su fuego que incendia
los sentimientos,
refulgente en su esencia
y sus aspectos.
Como tea en la piel,
como una espina
que nos talla a cincel
por las esquinas
del alma y que, en pedazos
de luna llena,
se acumula al costado
y dulce riela
como si, en un recuerdo
cercano al alba,
enjugaran los besos
todas las lágrimas.
Los que sufren de amor
en la distancia
de los cuerpos celestes
de una galaxia
que gravita y los mece
en la nostalgia,
en su espíritu hienden
fría una daga.
Los que sufren de amor
en la distancia
son aquellos, y sienten
honda su llaga.