En los albores de su reinado, joven y prudente,
Salomón buscó guía de Jehová en su mente,
reconociendo su inexperiencia y juventud,
pidió sabiduría, justicia y virtud.
Con humildad se postró ante la divinidad,
solicitando discernimiento y perspicacia,
para gobernar un reino de vasta extensión,
con justicia, amor y compasión.
Más el tiempo, ese juez implacable y severo,
transformó al rey, su corazón primero,
de sabio y justo pasó a desviado,
por el orgullo y el poder, fue cegado.
Olvidó las leyes que debía honrar,
y las advertencias que debía acatar,
multiplicó esposas, riquezas y poder,
sin ver que su alma empezaba a perecer.
El mandato divino era claro y conciso,
\"no acumules esposas, mantén tu juicio\",
pero Salomón, en su soberbia envuelto,
ignoró el consejo, su corazón ya muerto.
Con setecientas esposas y trescientas más,
su corazón se extravió, no pudo regresar,
aquel que fue sabio, en errores cayó,
y las consecuencias, con dolor, enfrentó.
La historia de Salomón es un eco eterno,
de cómo el poder puede ser un infierno,
un recordatorio para la humanidad,
de buscar siempre la humildad.
Que no nos ciegue la riqueza ni el poder,
que recordemos siempre nuestro deber,
de ser justos, humildes y verdaderos,
para no caer en los mismos agujeros.
Así, la vida de Salomón nos enseña,
que la sabiduría y la humildad se empeña,
en guiarnos por camino de luz,
lejos del orgullo, llenos de la gratitud.