En el rincón más oscuro del alma,
donde se ocultan los ecos perdidos,
habitan silencios de noches heladas,
las cicatrices de sueños heridos.
La soledad, con sus manos vacías,
teje en la piel de los días cansados,
un manto de sombras, de dudas, de angustias,
de besos ausentes, de abrazos callados.
Los recuerdos se vuelven fantasmas sin nombre,
vagan despacio en la mente cerrada,
y el corazón, cansado de ausencias,
late en susurros de nada y de nada.
Es un eco profundo que rompe el silencio,
es el grito escondido en la piel,
es la lluvia que cae sin tregua ni aliento,
una lágrima amarga que no sabe por qué.
La luna, testigo de noches desiertas,
se cuela entre grietas de sueños perdidos,
y en su reflejo de fría tristeza,
se ven las heridas, los años vencidos.
Las palabras se ahogan en labios sellados,
el alma se envuelve en su propio dolor,
las cicatrices son mapas trazados,
del tiempo que pasa sin voz ni color.
Pero en la penumbra, aún nace una llama,
una luz que resiste, un pequeño fulgor,
es el eco de un sueño, un susurro, un mañana,
una voz que te llama desde el interior.
Porque en cada herida, en cada desgarrón,
hay una historia de lucha y de fe,
y aunque la soledad te marque con su don,
eres más fuerte de lo que alguna vez crees.
Las cicatrices no son solo heridas,
son marcas de vida, de amor y verdad,
son huellas que cuentan que sigues de pie,
que aún con la soledad, hay luz en tu andar.
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