Sentí un escalofrío
al ver que no llegaba,
la luz y la alegría
de todas las mañanas.
El día estaba triste
con nubes emplomadas,
y un viento de nordeste
llamando en la ventana.
Así que un fiel suspiro
salió de mi garganta
y fue con mis pupilas
en busca de la playa.
La vi con sus arenas
y olas encantadas,
llegando, como siempre,
con garbo y con resacas.
Supliendo, su presencia,
la ausencia comentada,
de luz y de alegría
a cambio de las aguas.
El mar con sus misterios,
las aguas encantadas,
y en ellas los relatos
de viajes y piratas.
Los sueños juveniles
al son de las campanas,
dejándonos las horas
en tardes soleadas.
Y aquellas romerías
que veo tan lejanas,
recuerdos de un pasado,
latente en mis pestañas.
El tiempo no perdona
y llega y se nos pasa,
la vida es un susurro
perdido entre la nada.
Rafael Sánchez Ortega ©
04/10/24