Salgo temprano de casa, mochila mojada y ando sin paraguas,
pisando charcos de agua por mirar el árbol que de frente se encontraba.
Logré esquivar la rama, pero me empapé el calcetín;
espero que funcione el calefactor y en la entrada tengan aserrín.
Dejo mis zapatos a un costado sin miedo a que se los lleven;
recuerdo que ya no vivo en Santiago y ahora sí se puede.
Me quito el gorro de algodón, donde nadie vea que estoy chascón,
me pongo la capucha por si alguien se asoma y no les interesa,
pero siempre me he perseguido con las personas.
Sus opiniones, emociones que ocultan discretamente,
no capto indirectas de palabras inocentes.
Empezando el día bajo techo y con un milo,
me siento a la lejanía a conversar conmigo mismo.