Cómo quisiera vivir en el infierno de tus lágrimas, sangre de sol en herida de luna, último recuerdo de memoria viva, carácter de galope seco, rápida cómo río y calma como laguna, fui de ti hasta tu desembocadura, así como las lágrimas que nacieron de tu alma quebrada como ramas indecisas.
Preparo este poema a letra herida como un ejército de casi muertos, buscándote como quién busca monedas en un bolsillo roto, con la esperanza siquiera de encontrar una moneda, existe un impulso que arquea mi mano para expresar los dolores más profundos.
Por eso amor mío tengo el don del dolor de la escritura, las palabras de los fallecidos vivían en mí, salían de mí, disparadas como cañones, como esos cañones de guerra que mataban inocentes, y lo único que me calmaba era la piel de tu boca aterciopelada, tan suave como el aire suspende a las hojas, tan suave como el agua sostiene las hojas.
Intentemos una vez más derrotar a la muerte con tu sonrisa constituida de Edén, intentemos derrotarla con la risa de las palabras, ¡derrotémosla con vida nueva y alzando los brazos! ¡Los brazos de nuestros hijos! ¡Y luego de sus hijos, así sucesivamente, la eternidad vencerá a la muerte y somos sus intermediarios!