No hubo nada que quedara
ni de tu risa ni de mis manos,
era solo un eco de nosotros
vagando entre la noche y el adiós.
Nos dijimos todo
sin decir nada,
y aunque el silencio pesaba
se sintió, por fin,
como una tregua.
Ya no hubo lágrimas pendientes,
tampoco promesas,
solo el momento exacto
en que entendimos que partir
era lo único que nos quedaba.
El adiós fue más sencillo
de lo que pensamos,
como si, al decirlo,
se llevara consigo
los retazos de ese tiempo
que ya no era nuestro.
Y ahora,
en cada madrugada,
a veces aparece
el murmullo lejano
de lo que nunca fuimos.
Pero, ¿sabes?
Ni ayer dolió tanto,
ni mañana será distinto.
Nos marchamos sin más,
y en esa partida
también se fue
el miedo de volver.