Alberto Escobar

Al cabo

 

Quieres la vejez
pero la niegas
cuando está. 

—parafraseando a Quevedo...


Al cabo.
Empiezas con un paso,
algo, nunca sabes qué, 
quizá sí cuándo pero no
con seguridad, un resorte
se despeina dentro, inicia
un mecanismo abstruso
que te impulsa, ¿dónde?
Al fin. 
Ver la meta al fondo, puerta
con friso anunciando llegada
cual en los paneles móviles
de un aeropuerto, los números
ruedan que te ruedan, los destinos
cambian en el sentido de las agujas
de cierto reloj, y tú, desde abajo,
cervicales forzadas y mirada atenta, 
ansías el neón de tu vuelo, tu partida. 
Al cabo y al fin.
Creo que un motor, o algo así, 
desde muy dentro, mueve engranajes
que, cual fichas de dominó, pergeñan
una cascada de sucesos y tú, en otra
tesitura, en pensando en qué comprar
en Mercadona o qué relleno aplico
a estas dos horas sueltas, no sabes,
ni quieres saber —por otra parte— qué
se cuece en las cocinas del alma, mejor. 
Al fin y al cabo. 
El aire es ya brisa, el cutis seco de sol
lo premia con un terso diferente, 
una suavidad en la piel diferente 
—ups, dos veces la misma palabra—, 
y el andar, bendito deporte, se hace
llevadero, viable a estas pesadas horas
de la tarde, y sigo, y miro tu foto, y
te veo más guapa que la vez anterio
que la miré, y miro, después, de frente
—no quiero perderme el estampado
del paisaje que me rodea—, y dejo
esto, dejo de escribir, que ya es suficiente...