En la quietud amarga de mis días marchitos,
nace un mousse de maracuyá entre suspiros.
Su dulzura me envuelve en un abrazo lejano,
como aquel amor que se soltó de mi mano.
Cada bocado lleva un eco callado,
de promesas rotas, de un pasado olvidado.
Su aroma llena el aire, tan dulce y amargo,
como el beso final que, entre lágrimas, guardo.
Suavemente acaricia mi alma vacía,
pero su consuelo no borra la agonía.
Porque en cada bocado, aunque intente escapar,
el sabor me recuerda lo que dejé marchar.
Es un festín de nostalgia, de amor sin consuelo,
un susurro de aquello que una vez fue un anhelo.
Y al final, en su abrazo, me vuelvo a perder,
recordando al amor que dejé sin querer.
Este mousse de maracuyá, con su triste sabor,
siempre me hablará del más puro amor,
el que un día solté, por miedo, por error,
y que ahora, en silencio, me recuerda el dolor.