En las profundidades insondables de un corazón marchito,
Allí resplandece, lejano, un verso olvidado,
Una pálida luz, que titubea en la lejanía,
Como la estrella solitaria que precede el alba oscura.
El poeta hunde su mano en el abismo de su ser,
Pero el pozo es tan profundo que no encuentra fondo,
Un eco silencioso lo llama desde las tinieblas,
Y noche tras noche, cava bajo la tenue lumbre de un verso.
¡Ah, pobre poeta que invoca su alma en vano!
Pues el orgullo, ese demonio sutil,
Le susurra dulcemente al oído:
\"Tú eres el poema, tú eres todo.\"
Versos desechados, ahogados en el vano afán
De unirse al verso eterno,
Sólo para descubrir, en su condena,
Que el poema es, siempre, su propio reflejo.