Camino, valle abajo,
donde el pueblo muere y el río continúa
su canto adolescente.
Fluye el alma, como el agua, entre las hojas.
El viento, dulcemente, acaricia tus cabellos
en un atisbo fugaz de la inocencia
que late aún en la ribera.
Los esqueletos de los sauces
se hunden a la orilla con un bostezo gris y amarillento,
La lluvia cesa de repente y tú desapareces.
El espíritu del bosque sonríe una vez más
y alza el vuelo sobre las luces y las sombras que, pausadamente, descubren el secreto oculto entre las ramas.
El ciclo ha de seguir, y yo con él,
y tú también lo seguirás
a mi lado, quizás
o solos, cada uno por el suyo.
Vuelve el susurro nebuloso del otoño,
las gotas resbalan por las mejillas
como un nuevo milagro del agua y de la vida, que fenece poco a poco.
Y te pierdes tras todos mis recuerdos,
y en ellos trinas, como un mirlo en los arbustos de un sueño.
Y yo, solo, escucho sin poderte descifrar.
Otro paso más y me alejo de allí para no volver jamás.
Para dejar este momento mágico grabado en la memoria
y acudir a él cuando más lo necesite,
para que vuelvas a mí
cuando ya no estemos
sino en el recuerdo de aquellos que nos sigan por esta corriente sin fin
en la que el alma se diluye y mezcla con el tiempo
hasta desaparecer los dos
y volver, juntos, al origen.