En el firmamento de la fe, resplandece la boda del Cordero, un evento celestial, donde las almas se unen en sagrado matrimonio. Es un canto de alegría que resuena en los confines de la eternidad, una unión divina, prometida desde el alba de la creación.
Las estrellas son testigos del amor inquebrantable, y el universo entero se viste de gala para este encuentro. El Cordero, puro y sin mancha, aguarda a su amada, los 144.000, adornados con las acciones justas de los santos.
El lino fino, limpio y resplandeciente, es su vestimenta, tejido con la devoción y la gracia de los fieles. La novia se ha preparado, su corazón late al ritmo de la esperanza, y en sus ojos se refleja la luz de un amor eterno.
La trompeta celestial anuncia el inicio de la celebración, y los ángeles despliegan sus alas en un vuelo de honor. El coro de los redimidos entona melodías de salvación, mientras el Cordero y su novia danzan en perfecta armonía.
La promesa de un nuevo comienzo, un reino de paz y justicia, se cierne sobre los escogidos, como una bendición infinita. El amor que fluye entre el Cordero y su amada, es el mismo amor que invita a todos a la mesa del banquete.
En la boda del Cordero, no hay lugar para el llanto ni el dolor, solo la plenitud de la alegría y la comunión con lo divino. Es el cumplimiento de la profecía, el deseo más profundo del alma, la consumación de un pacto eterno, sellado con la fidelidad de Dios.
Así, en la poesía de la existencia, se celebra la boda del Cordero, un evento que trasciende el tiempo y el espacio, donde el amor de Jehová se manifiesta en su forma más pura, y la amada, en su búsqueda de lo sagrado, encuentra su hogar.