En la ciudad donde cada montaña
se oculta tras la esquina,
la libertad se traduce en cargar,
cuesta arriba, cada fragmento
del mundo roto que llamamos vida.
Es un cúmulo de identidades,
promesas rotas, dolores mal llevados.
Apegos que pesan,
una singularidad cínica que gime,
el desencanto de un mundo que se desvanece.
Seguir un norte sin serlo,
confiar en quien nunca debiste,
es poner la bala en la recámara
de una herramienta que te apunta
directo a la frente.
La libertad es pagarle al carcelero,
al que azota,
para que haga mejor su trabajo.
Es obedecer para ser libre,
es encadenarse al látigo
con la promesa de que el dolor
te haga más fuerte.