En la noche del fin del mundo donde desempeñaba como velador
Vuelven las preguntas anacrónicas ¿A qué viene el culto al cisne?
¿Hacia dónde va el perjurio contra el búho?
Leer de madrugada, misma hora en que algunos cuerpos ajustan cuentas,
he aquí mi deporte: adoptar la postura de un cuervo dispuesto a devorar su sombra,
a menos que las últimas noticias resulten falsas
y sea yo el condenado a finalizar la historia, un narrador atroz e intransigente
O los contratos mienten
O soy mi propio padre en su paso por el infierno.
Preguntas forzosas como abrir los ojos en mitad de un sueño,
ver en el cubo en que despierto marcas de uñas y huesos
siquiera un indicador de alguna que otra acción desesperada
para dejar el puesto con salvoconducto ¿a salvo de qué?
Un hueco, una suerte de injerto
Para la carne de la noche y toda su imprecisión cósmica.
En vano hago mi tarea, mi guarda, mi faro,
torre enterrada por miedo a la fuga,
Golpeo el techo con los pies, recibo a un huésped en mi cabeza
Y la noche del fin del mundo en donde desempeñaba como velador
No se acorta, fluye como día,
enerva mis entrañas de cal
de vida y de espanto.
Pregunta:
¿Dónde está la mujer?
No esa espalda
No esas piernas
No ese llanto
No esa risa
¿Dónde está mi mujer?
No
Mi mujer espera
O ese hombre soy yo
O alguien ha puesto sal
palabras en mi sopa
¿acaso otro sueño, acaso desvelo?
¿Cual es mi lugar? ¿Qué no es el lugar?
La noche del fin del mundo resuena: no a mujer, no a lugar,
Luego comprendo la falta de lectura.