Salvador Galindo

En la noche del fin del mundo

En la noche del fin del mundo donde desempeñaba como velador

Vuelven las preguntas anacrónicas ¿A qué viene el culto al cisne?

¿Hacia dónde va el perjurio contra el búho?

Leer de madrugada, misma hora en que algunos cuerpos ajustan cuentas,

he aquí mi deporte: adoptar la postura de un cuervo dispuesto a devorar su sombra,

a menos que las últimas noticias resulten falsas

y sea yo el condenado a finalizar la historia, un narrador atroz e intransigente

O los contratos mienten

O soy mi propio padre en su paso por el infierno.

Preguntas forzosas como abrir los ojos en mitad de un sueño,

ver en el cubo en que despierto marcas de uñas y huesos

siquiera un indicador de alguna que otra acción desesperada

para dejar el puesto con salvoconducto ¿a salvo de qué?

Un hueco, una suerte de injerto

Para la carne de la noche y toda su imprecisión cósmica.

En vano hago mi tarea, mi guarda, mi faro,

torre enterrada por miedo a la fuga,

Golpeo el techo con los pies, recibo a un huésped en mi cabeza

Y la noche del fin del mundo en donde desempeñaba como velador

No se acorta, fluye como día,

enerva mis entrañas de cal

de vida y de espanto.

 

Pregunta:

¿Dónde está la mujer?

No esa espalda

No esas piernas

No ese llanto

No esa risa

¿Dónde está mi mujer?

No

Mi mujer espera

O ese hombre soy yo

O alguien ha puesto sal

palabras en mi sopa

¿acaso otro sueño, acaso desvelo?

¿Cual es mi lugar? ¿Qué no es el lugar?

La noche del fin del mundo resuena: no a mujer, no a lugar,

Luego comprendo la falta de lectura.