Rosario_Bersabe

No todo es lo que parece

Cada vez que me asomaba a la ventana de mi habitación, allí estaba él. Era un chiquillo rubio de pelo ensortijado de no más de 15 o 16 años, parecía un querubín escapado del retablo de una iglesia.
 
Me divertía verlo mirarme desde su balcón con carita de inocente enamorado. Yo que sobrepasaba de largo los 40, tengo que reconocer que me sentía halagada y a la vez me daba mucha ternura. Hacía mil y una monería para llamar mi atención.
Unos días se marcaba unos pasos de claque´ otros, se ponía unas zapatillas de ballet y hacía mil piruetas, otros, unos pasos de vals, y hasta le vi, con una nariz de payaso haciendo un intento de malabar.
 
Pero un día su atrevimiento fue mucho más allá. El “angelito” sacó por el balcón una especie de sábana blanca con letras rojas, dónde pude leer (antes de que una ráfaga de viento se la arrancara de las manos) su declaración de amor. ¡Te quiero! Escribió el inocente. Aunque él se reía al ver su bandera volar por el aire, a mí me dio cierta pena del pobre chiquillo ya que todo el que pasaba pudo leer su declaración al haber quedado el trapo enganchado entre las ramas de uno de los naranjos que adornaban toda la calle.
 
De pronto como un torbellino, entró a mi habitación mi hija adolescente, mas contenta que unas castañuelas, llamándome a gritos. Mama, mama, el vecino de enfrente, “el bailarín”, por fin me ha declarado su amor, ¿lo has visto, lo has visto? Ploffff, de golpe lo entendí todo. La ventana del cuarto de mi hija estaba paralela a la mía.