Larga ausencia, lejanía que nos separa,
Muros puestos en desorden,
Laberinto sin señales.
¿Cuánto más hemos de seguir así,
Negándonos al menos un abrazo,
Un beso, una caricia?
Estoy cansado de andar huyendo,
Corrompiendo el lazo que nos une,
A la espera de que un día desaparezca.
Mis pasos no son suyos,
Y, sin embargo, usted me obliga a frenar,
Sus pasos no son míos, no me pertenecen,
Y, sin embargo, tozudo como siempre,
Yo la obligo a andar…
No aguantamos más cicatrices,
Y, aun así, yo solo quiero una herida más,
Una que me dé algo que contar,
Una que sea prueba de que viví,
La dulce constancia, de que me herí,
Sangré y sufrí, pero me volví a parar;
Y usted, cansada ya de todo,
Solo quiere resguardarse,
Vivir en un fortín de almohadas,
A la espera que esto deje de girar,
Pero, parece que no va a parar…
Quizás solo deberíamos mirarnos,
Aceptarnos y dejar atrás los reproches,
¿Quiénes somos para odiarnos,
Para repudiarnos sin piedad?
Quizás esta noche la luna salga,
Y con su tenue luz nos deje ver nuestras sombras,
Pudiendo así conectar nuestras raíces,
Logrando que nos perdonemos, que nos aceptemos,
Sin ninguna intención mayor,
Que la de ordenar estos muros,
Y señalizar este laberinto.
Para que al menos,
Después de cada larga ausencia,
Podamos contarnos al calor de una hoguera cualquiera,
Como es la vida de un cuerpo lleno de surcos,
O como se vive dentro de tanta felpa.
Para que de este modo, entre risas y anécdotas,
Aprendamos un poco de la experiencia ajena,
Recordando lo que el tiempo ha hecho de nosotros,
Hasta que un día, nos separemos nuevamente.