Hoy desperté muy temprano.
Había iniciado otra guerra y debía apresurarme a nadar.
Hace mucho que la esperábamos; había tardado algunos meses,
pero al fin tocó la puerta como siempre:
de improviso.
Es bien sabido que a la paz sigue la guerra,
y a esta, nuevamente, la paz.
Conocidas también las pisadas que deja al retirarse:
Habrá vencidos y también vencedores;
escombros que quitar y lágrimas que contener;
vidas que recordar y hambre que alimentar.
Esa es su dualidad:
la palabra fatal y su adversa;
la voz que nombra el pedazo ausente de cada uno de nosotros;
la criatura que hemos nutrido y que ahora se devora a sí misma.
¿Pero cómo describir el rostro apergaminado y marchito de una niña?
¿Acaso sus ojos no han visto ya demasiados muertos?
¿Y el hambre no prima sobre sus lágrimas?
Este grito de espanto, este paisaje enjuto y desolado
(que, en tiempos de paz, evoca los tonos grises)
y que hemos ayudado a engendrar:
¿Está de este lado o del otro?
¿O en los extremos donde habita el salvaje?
¿En dónde mora esta condición terminal?
¿Acaso la paz es la muerte?
EL CICLO DE LAS CENIZAS
VOX CLAMANTIS