Ricardo Castillo.

El Ciclo de las Cenizas

Hoy desperté muy temprano.  
Había iniciado otra guerra y debía apresurarme a nadar.  
Hace mucho que la esperábamos; había tardado algunos meses,  

pero al fin tocó la puerta como siempre:  
de improviso.  

Es bien sabido que a la paz sigue la guerra,  
y a esta, nuevamente, la paz.  
Conocidas también las pisadas que deja al retirarse:  

Habrá vencidos y también vencedores;  
escombros que quitar y lágrimas que contener;  
vidas que recordar y hambre que alimentar.  

Esa es su dualidad:  
la palabra fatal y su adversa;  
la voz que nombra el pedazo ausente de cada uno de nosotros;  
la criatura que hemos nutrido y que ahora se devora a sí misma.  

¿Pero cómo describir el rostro apergaminado y marchito de una niña?  
¿Acaso sus ojos no han visto ya demasiados muertos?  
¿Y el hambre no prima sobre sus lágrimas?  

Este grito de espanto, este paisaje enjuto y desolado  
(que, en tiempos de paz, evoca los tonos grises)  
y que hemos ayudado a engendrar:  

¿Está de este lado o del otro?  
¿O en los extremos donde habita el salvaje?  
¿En dónde mora esta condición terminal?  
¿Acaso la paz es la muerte? 

EL CICLO DE LAS CENIZAS
VOX CLAMANTIS