El poema nace esperando,
mi pensamiento no es importante,
soy mera apariencia
y soy mi tormento,
la que pierde las rimas y las normas,
pero los prados del bosque
sienten la respiración
de un poema que se escribe solo,
delirio que agrada a los dioses
que manejan los hilos,
ingobernable entre el cuño de tinta
y la savia recogida
cautelosa de las hojas muertas,
sutilmente llega a la raiz
y encuentra los cinco sentidos
de las plantas desaforadas
en las noches de insomnio.
Pendones que claman al cielo,
las ramas, agazapadas,
salvadas de su agonía,
devoran libros por el hastío
donde las escaleras de roca
pierden el aliento.