Ella le entregó su corazón machacado creyendo que él podría repararlo.
El le entregó su alma maldita, creyendo que ella ayudaría.
Ella le entregó quién fue algún día, sabiendo que esos días nunca volverían.
El entregó todos sus sueños, sabiendo que ya no servirían.
Fueron tan malditamente inocentes como la risa de quién está seguro que va a morir.
Fueron tan malditamente inocentes que nunca se dieron cuenta de que se estaban matando.
—Limoneyes