Como beso perdido en un ocaso lleno de espera te vi. Me plagió tu cordura; tan tierna y con coraza de mujer predilecta te vi de frente a mí. Me pregunté: _ ¿Qué estación te adorno? ¡Un otoño, me respondió!
Te vi tan hermosa que, mi bolígrafo, me obligó a la tentación... ¡De canonizar esa historia interminable! ¡Hermoso ocaso! Como olvidar, si el otoño te presumió.
Te veo, te leo en cada prosa y profanas mi inquietud a deletrear ese legado que tu presencia denota; hermosa tentación. Cada instante es un instante, que eleva mi gratitud de ver la vida en grandes latitudes.
Desde que llegaste a mí, dignificas lo que pienso, mujer. Sabías quién era yo, pero tú llegas y me haces presencia en este mundo pagano. Fiel incertidumbre que no cabe en un milenio por qué te encontré.
Hoy quiero un libro, ¡Sí!, un libro de instantes propios; pero, sobre todo, instantes donde tú haces la melodía perfecta e interminable.
¡Gracias! Gracias por ser tú mi idea lúcida. Por apartar al ciego que vivía en tinieblas. Y me liberó del mundo que me acosaba. ¡Gracias por existir!