¿Cuándo encontré el sentido de lo que ocurre?
Yo llegué a ese lugar siguiendo el curso del río
con la tensión de mi cuerpo puesta en su ribera
envuelto por la arena y la espuma de las olas.
Yo solo fui porque sentí el llamado.
Llegué y no me fue fácil.
Llegué con lo puesto y varias dudas por pagar.
Fui alumbrado por una luciérnaga diminuta como toda luz que es verdadera.
Eso era mi todo.
Nada más me era necesario, porque así son los llamados.
Fue una causa, un amor y el insomnio del trueno, fue una excusa y un misterio.
Fue todo a la vez y al mismo tiempo que es cuando se fragua la armadura del espíritu.
Es el momento en que la luna late en algún lugar del cuerpo
porque lo sublime es ofrecer lo que es ralo y escasea
como ruta de un destino impostergable
palpitando en las venas y en el sueño por nacer.
Al fondo de cada burbuja suenan los tambores del llamado
que convoca con una rima y un verso despacio
otorgando el sentido de un todo y también de algo
abrazado por la levedad del inusitado espacio.
Aparece el sentido vestido de esperanzas y deseos,
a veces vivo, a veces cansado,
adentro de un suspiro o de una larga bocanada
que cambia o permanece en la duda disipada
que siempre deja lo que su mérito devela.