La nube perdida cubre la luna,
sin ansiarlo, intimida al espejo
donde las olas se acarician una a una
en esa noche que me deja perplejo.
Aunque la noche no renuncia a ser noche,
fumiga ese cielo con la claridad
que desprenderían los focos de un coche
trazando líneas con profundidad.
El puerto se muestra cómplice del astro
convirtiendo las caras en alegrías
esculpidas con magía en alabastro
con el resplandor que el faro les envía.
Mis ojos gozan de las bellas vistas
cubriendo mi mente con la soledad
de la neblina que cubre una autopista
que guía al mar de la sobriedad.
José Antonio Artés