Eran tus labios luz sobre mis ojos.
Como el ángel furtivo de los sueños,
intangible y feroz en sus empeños
de anidar en el alma que, de hinojos,
se encuentra ya, sumisa a los antojos
volubles de un espíritu sin dueños
ni vértices ni límites. Pequeños
somos bajo su ser y sus abrojos.
Por eso me dejé llevar de ti...
¿Y qué podía hacer? De lo contrario
me hubiera arrepentido eternamente.
Y fue ese instante mágico ante mí:
Sutil el beso, suave su calvario,
como el agua que nace de la fuente.