Si alguien no mantiene a los suyos, ha rechazado la fe (1 Tim. 5:8).
En la danza de la vida, las cargas pesan, el padre de familia, con su manto de preocupaciones. Alimentar, cuidar, y un techo proveer, son las notas que en su partitura debe leer.
Mas no está solo en este concierto de incertidumbres, donde el temor a la escasez susurra entre sombras. La fe es su guía, la esperanza su luz, y en cada paso, encuentra la fuerza de Jesús.
No es la riqueza lo que busca acumular, sino el amor, la paz, y la dignidad preservar. En el trabajo, encuentra más que un salario, es su campo de batalla, su misión, su calvario.
Y aunque el futuro se muestre incierto y oscuro, su confianza en lo Alto le mantiene seguro. Jehová, no es un ser distante o ajeno, sino un padre amoroso, su apoyo más pleno.
En la travesía por este mundo terrenal, donde el materialismo a menudo es el caudal, él elige la fe como su más preciado bien, y en la palabra divina, su camino siempre ve.
No se aferra a lo efímero, a lo que pronto se va, sino a lo eterno, a lo que siempre estará. Y aunque la prueba del tiempo su fe moldeará, en su corazón sabe que Jehová nunca lo dejará.
Porque más allá de las pruebas, de la adversidad, está la promesa de una futura felicidad. Donde no habrá llanto, ni dolor, ni penar, y en cada rostro, solo alegría brillará.
Así el padre cristiano, cabeza de su hogar, con cada amanecer, vuelve a confiar. Que aunque el camino sea arduo y sin final, Jehová le guiará hacia un puerto celestial.