En el lago rosa, de eterna frescura,
voces etéreas emergen del fondo,
las horas difuminan la tarde oscura
de misterios y de lágrimas del mundo.
Las aguas velan las leyendas perdidas,
de amores y sueños que el tiempo atesora;
al anochecer las Náyades, unidas,
tejen sus lazos en la orilla que llora.
El sol se oculta tras las cimas cercanas,
pintando el ocaso con reflejos de oro;
en las aguas quedas, las lunas tempranas
señalan las huellas de un viejo tesoro.
Las ondinas trinan sus voces en coro,
sobre hojas de lotos del jardín acuático,
en sus estrofas un deleite sonoro
cruza los sinos, teatro tragicómico.
Las algas mecen una danza infinita,
entre colores de sublime armonía;
en la quietud, la fantasía musita
un poema sacro, voz de lozanía.
Y si el lago con el Céfiro se inquieta,
entre los eones de los salmos líricos,
guardará el nombre de la rosa violeta
con Morfeo y su dulce bogar onírico.