Abriste mis piernas de par en par,
y mi alma sucumbió ante tu encanto varonil.
Besaste mis manos sin protestar,
haciéndome gemir de forma cruenta y vil.
No supe que hacer sobre las sábanas mojadas,
pues me atrapaste en tu red de telarañas.
Al final me dejaste con las nalgas muy sudadas,
en las frías noches y en las frescas mañanas.
Mis pestañas se cerraron de par en par,
al sentir tu cálido aliento recorrer mi espalda,
y tus labios conquistaron las curvas de mis muslos,
al sentir tus manos sobre el aura de mi alma.