Augusto Fleid

Oda a la luna

Cielo que se oscurece  

bajo el peso de las flores,  

donde asomas,  

como un sueño hecho carne,  

y el anochecer se desliza  

como un río de sombras  

por la piel del silencio.

 

 

Las estrellas,  

pálidos barcos en el cielo,  

naufragan en susurros,  

mientras la luna,  

una madre antigua,  

acaricia tus mejillas,  

rubores de un vino tinto  

que florece en la noche.

 

 

Eres agua que camina,  

suave brisa de suspiros,  

dama vestida de blanco,  

que recita entre las estrellas  

el nombre de su amado,  

buscando en el firmamento  

sus ojos, luz de su alma.

 

 

Oh, dama de blanco,  

perdida en el eco del viento,  

tus manos, cálidas palomas,  

tejen esperanzas en la bruma,  

y el alba,  

con su manto dorado,  

despertará los secretos  

de un amor que aguarda en la sombra.