Cielo que se oscurece
bajo el peso de las flores,
donde asomas,
como un sueño hecho carne,
y el anochecer se desliza
como un río de sombras
por la piel del silencio.
Las estrellas,
pálidos barcos en el cielo,
naufragan en susurros,
mientras la luna,
una madre antigua,
acaricia tus mejillas,
rubores de un vino tinto
que florece en la noche.
Eres agua que camina,
suave brisa de suspiros,
dama vestida de blanco,
que recita entre las estrellas
el nombre de su amado,
buscando en el firmamento
sus ojos, luz de su alma.
Oh, dama de blanco,
perdida en el eco del viento,
tus manos, cálidas palomas,
tejen esperanzas en la bruma,
y el alba,
con su manto dorado,
despertará los secretos
de un amor que aguarda en la sombra.