En la vastedad del tiempo y el espacio, las palabras de fe resuenan, como un eco de esperanza en la inmensidad del universo danzante. Misericordioso y compasivo, se describe al Creador omnipresente, paciente y lleno de amor, en las escrituras se hace evidente.
La justicia, un ideal que en los cielos se plasma con claridad, un anhelo profundo que en el corazón humano halla su verdad. El dolor de la existencia, una realidad que a muchos ha tocado, pero la promesa divina de alivio, un futuro esperanzador ha sembrado.
Ansiamos ese día con fervor, como el alba espera al sol naciente, un día en que el sufrimiento sea solo un recuerdo distante, silente. El amor a Jehová se fortalece en la adversidad y la prueba, como el acero se templa en el fuego, nuestra fe se renueva.
La verdad, un faro que guía en la oscuridad de la incertidumbre, nos ayuda a navegar la vida, a enfrentar cada oleaje y cada cumbre. La Biblia, un compendio de sabiduría, de historias y de enseñanzas, nos brinda una esperanza, como un ancla que en la tormenta no se desancla.
La esperanza bíblica, una estabilidad que al alma calma, en medio de las dificultades, es un bálsamo que sana y embalsama. Los cristianos ungidos, con la mirada puesta en el cielo estrellado, y aquellos que en la Tierra buscan un paraíso, por la fe han sido guiados.
Vivir para siempre, un sueño que a muchos les ha sido revelado, en un mundo sin fin, donde el amor y la paz nunca han cesado. Esta esperanza nos da sentido, nos da un propósito y una dirección, en la travesía de la vida, es la luz que brilla con más intención.
Así, en la poesía de la fe, las palabras se tejen con devoción, cada verso, un reflejo del alma, cada rima, una manifestación. De la esperanza que nos une, de la promesa de un mañana mejor, donde el amor y la verdad reinen, y se disipe todo dolor.